Jorge Quiroz

El problema mapuche no se arregla echándole tierra encima

Por: Jorge Quiroz | Publicado: Viernes 18 de enero de 2013 a las 05:00 hrs.
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“En años recientes, ha recrudecido en Chile el conflicto indígena… (que) se manifiesta a través de repetidas usurpaciones que los mapuches hacen a la industria forestal…”. La frase data de trece años atrás y está en un informe que hice a solicitud del Banco Interamericano de Desarrollo (la opinión es mía y no del Banco). Hoy, trece años después, el conflicto, lejos de amainar, ha pasado a mayores.



El problema no se arregla echándole tierra encima, esto es, no se arregla pensando que más transferencias de tierra solucionan el conflicto. Desde 1994 a la fecha se han transferido, por diversas vías, más de 130.000 hectáreas al pueblo Mapuche, sin que se observen signos de progreso: un 23% de los Mapuche sigue viviendo bajo la línea de pobreza, lo que se compara con un 14,3% para la población total. Buena parte de la pobreza es rural y la política de tierras ha contribuido a que un 28,4% de los Mapuche siga viviendo en zonas rurales, en comparación con sólo un 12,7% para el total país.

Y hay otros mitos por derribar. Se escucha que la solución del conflicto mapuche pasaría por entregar herramientas para el desarrollo económico -léase, además de tierra, un cúmulo de otras transferencias de tipo productivista-, pero preservando la cultura. Suena bonito, pero no funciona.

El desarrollo económico, como lo conocemos todos, nace en Inglaterra a comienzos del siglo XIX. Pero no se trata sólo de la bomba de vapor y de otros ingenios. Se trata de un orden social que supone una cierta cultura, que no es Mapuche, como tampoco Rapa Nui o Sioux. Se trata del derecho de propiedad individual, la libre iniciativa, también individual, y un espacio relevante para las decisiones, también individuales.

En contraste con ello, la cultura productiva mapuche está basada en la tierra común, la que trae consigo comportamientos inconducentes al desarrollo. En el pasado, los mapuche estaban autorizados a vender su tierra, y ese es el origen de muchos de los problemas actuales: el reclamo por transacciones remotas, acaso algunas de ellas fraudulentas. Por otro lado, sin embargo, el “remedio” para ello, la prohibición de venta o gravamen sobre la tierra, impide a sus propietarios acceder al crédito o bien venderla para emprender otras actividades. Ello nos conduce a un dilema sin solución: si se permite que la tierra se venda, se incuban conflictos futuros; si no se permite, se relega a sus propietarios a una pobreza sin destino.

La solución no es la tierra; muy por el contrario, esa es la trampa. La tierra que se entregue hoy, será sobre poblada en una generación más. La sobrepoblación se ve incrementada por elevadas tasas de fertilidad. Por eso es que la tierra nunca es suficiente. Un enfoque alternativo en cambio, basado en capital humano, combinado incluso con una dosis de “acción afirmativa” -discriminación positiva en ciertos empleos- permitiría que una mayor parte de la población mapuche se eduque, se integre al desarrollo, surja y, de paso, ayude a sus pares más rezagados. Aquí hay mucho por hacer: sólo un 5,72% de los Mapuche tiene título universitario, en contraposición con un 13,01% para la población total no indígena. ¿Se conservará parte de la cultura? Desde luego, pero aceptando que en lo que respecta a “cultura productiva”, ésta es derechamente contraria al objetivo del desarrollo.

Por último, la educación y la acción afirmativa permitirían entregar un futuro a los segmentos más capaces y ambiciosos (en el sentido positivo del término) de la población mapuche. Ello, en contraposición con lo que hoy ocurre, donde las perspectivas de desarrollo personal son en general adversas. Al respecto, otro mito, se dice que los grupos extremos y violentos son “sólo” una minoría. No nos engañemos: grandes revoluciones han ocurrido bajo la conducción de minorías. Pero siempre se ha tratado de las minorías más capaces. Para ellas es para quienes nuestra sociedad debe entregar mejores opciones.

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